domingo, 28 de febrero de 2010

Pero.

La máscara cae, Anny sonríe.
—No estoy nada triste. A menudo sentí asombro, pero me equivocaba: ¿por qué
había de estar triste? En otros tiempos fui capaz de pasiones bastante hermosas.
Odié apasionadamente a mi madre. Además a ti —dice con desafío— te amé
apasionadamente.
Espera una réplica. No digo nada.
—Todo eso se acabó, por supuesto.
—¿Cómo puedes saberlo?
—Lo sé. Sé que nunca más encontraré nada ni nadie que me inspire pasión. Tú
sabes que ponerse a querer a alguien es una hazaña. Se necesita una energía, una
generosidad, una ceguera... Hasta hay un momento, al principio mismo; en que es
preciso saltar un precipicio; si uno reflexiona, no lo hace. Sé que nunca más saltaré.

No hay comentarios:

Publicar un comentario